miércoles, 23 de abril de 2008

EL DRUIDA DE LOS SABINOS

Roma, año 1213 ab urbe condita
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Con lo aquí escrito, yo Callo Tácito, liberto y escriba a sueldo del pretor, inicio una serie de crónicas que sirvan de ilustración a los lectores futuros, los cuales podrán así tener conocimiento de las maravillas que acaecen en esta ciudad que, aún estando amenazada por los bárbaros que se asoman a lo largo del limes, continúa siendo el centro del mundo.
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Ayer ascendió a la rostra un oscuro personaje, de nombre Juan Josué, con cejas inclinadas como tejado de compluvio y verbo encendido pero difícil de seguir. Este Juan Josué es el druida de los sabinos, una secta que, según proclamó orgullosamente, habla en nombre de una tribu que lleva siete mil años viviendo en los valles montañosos del norte de Roma, resistiéndose a su benéfica labor de civilización. El tal druida Juan Josué es el sucesor de otro venerado por los sabinos cuyo nombre, Abiectus Arzaius, delata su estirpe romana. Pues bien, el propósito de este druida era declarar la fraternidad de los tales sabinos con los habitantes de una remota, y aún más montañosa, región del Catay, aún por descubrir. Se cuenta que los habitantes de estas regiones, que son conocidos como los tibetanni, son de naturaleza pacífica, escasos de pelo y acostumbrados a andar envueltos en vistosas túnicas del color del azafrán. Y este Juan Josué, también escaso de pelo, proclamó que su pueblo era igualmente pacífico, a pesar de que los informes de las mencionadas legiones insisten en la existencia de secuaces entre los sabinos que se dedican a extorsionar, amenazar y degollar a los que no acatan la sagrada voluntad de la tribu, expresada por boca de su druida. En esto, el tal Juan Josué se parecería, no tanto a los dichos tibetanni, sino al Viejo de la Montaña, aún por descubrir.