domingo, 24 de agosto de 2008

SOBRE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA Y LA ESTÉTICA

Cuentan que en tiempos antiguos, en la época en que Servio Tulio instauró los comicios, las distintas facciones políticas de Roma definían sus respectivas posiciones a partir de sus propios proyectos políticos, y con ellos se presentaban ante sus potenciales electores en dichos comicios, de modo que éstos podían juzgar si eran razonables. Y así, si existía un número suficiente de electores que entendían que un determinado proyecto era beneficioso para Roma, y proporcionaban sus votos a la facción correspondiente, ésta podía acceder al poder y, desde allí, poner en práctica ese proyecto.

Ocurría, sin embargo, que aquellos que accedían al poder descubrían que éste no sólo les permitía materializar sus proyectos, sino, indirectamente, alcanzar un elevado nivel de satisfacción personal gracias a los estipendios, la fama, las cuadrigas oficiales y demás prebendas que aquél poder llevaba aparejado. De este modo, con el tiempo, comenzaron a surgir políticos para los que estos beneficios secundarios se convirtieron en sus intereses primarios, y para los que el cursus honorum representaba la manera más cómoda, y con frecuencia la única, de acceder a los bienes materiales que hacen más llevadera la existencia.

Y así, de manera gradual e imperceptible, comenzaron a abundar los políticos que se presentaban ante sus electores sin el menor proyecto, únicamente movidos por su anhelo de alcanzar el poder. Y estos políticos, para su sorpresa, pudieron comprobar que a gran parte de los romanos no les importaba demasiado esta ausencia, pues llevaban cierto tiempo enfocando la política desde un punto de vista meramente deportivo, y manifestando sus preferencias por una u otra facción, no por las bondades y maldades de sus respectivos proyectos, sino por impulsos muy parecidos a los que los llevaban a optar por los azules o los verdes en el hipódromo, y frecuentemente con la misma virulencia en ambos casos.

El abandono del requisito previo de presentar un proyecto representó un gran alivio para estos políticos, ya que les evitaba enojosos requerimientos de conocimiento y capacidad. Durante algún tiempo, los políticos mantuvieron la ficción de que tales proyectos aún existían, y para ello aprendieron a vestir la nada con palabras, creando una oratoria de vistosas ampollas que se elevaban vigorosamente en el aire y se desvanecían sin dejar rastro. E incluso el propio Emperador acabó aceptando su divinidad para llenar estos vacíos.

Hoy, sin embargo, se ha dado un nuevo paso en esta dirección, pues todo indica que la ciudadanía ya está lo suficientemente madura como para acabar con cualquier tipo de subterfugio y disimulo. Y así Pachilopiscis, representante del Emperador en las tierras gobernadas por los sabinos y aprendiz, a su vez, de sabino, ha presentado como su mayor virtud el acudir a su cita con los ciudadanos desnudo de cualquier proyecto, idea y convicción, como si en lugar de a unos comicios acudiera a un nuevo juicio de Paris. Y, tal es la subversión del orden natural de las cosas, que todo parece indicar que los ciudadanos manifestarán sus presencias por esta nueva beldad desnuda.

lunes, 4 de agosto de 2008

EL TRIUNFO DEL CAOS

La noticia que más revuelo ha provocado en el foro estos días ha sido la puesta en libertad del infame asesino sabino chaos, llamado así porque a lo largo de su infausta carrera se encargó de pulverizar el orden y la pacifica convivencia en Roma, y de sembrar el dolor. Pues este maligno asesino acabó a sangre fría con la vida de veinticinco personas por la mera razón de ser romanos, porque chaos es uno de los más fanáticos seguidores del profeta Sabino, cuya doctrina atrae no sólo a los mediocres, que gracias a ella encuentran razones artificiales para diferenciarse y medrar, sino también a los más viles asesinos, que pueden así satisfacer sus instintos malignos envolviéndolos en causas elevadas. Y hay que recordar que hace algo más de un año nuestro Emperador, secundado por todos sus colaboradores y, en especial, por su praefectus de policía Máximo Mendácitor, abogaba por la puesta en libertad de este miserable asesino, afirmando que el que había matado a veinticinco personas era, en realidad, un amante de la coexistencia pacífica y , paradójicamente, que el chaos estaba a favor de la paz.

Y para alguien que llegara a Roma desde tierras remotas le resultaría incomprensible esta situación, pues este vil asesino ha cumplido menos de un año de condena por cada uno de sus asesinatos, y no sólo no ha mostrado la menor sombra de arrepentimiento por sus nauseabundas acciones, sino que, estando en el ergástulo, se encargó de celebrar los cobardes asesinatos cometidos por sus colegas sabinos. Pero en una parte de la sociedad romana subyacen ciertas ideas sumergidas que, si bien viven en los estratos más profundos de las mentes de las personas, no por eso son menos duraderas. Y una de estas ideas afirma que todas las personas son por naturaleza buenas, y seguirían siendo buenas si habitaran en la naturaleza. Sin embargo, la civilización, y al decir civilización hay que entender aquí civilización romana, se encarga de corromper a las personas al introducir desigualdades y crear, como afirma poéticamente nuestro Emperador, océanos de injusticia. De este modo, cuando una persona que es buena en esencia se ve compelida a realizar actos malvados, la culpable es, en realidad, la sociedad, que de este modo es doblemente culpable, por haber generado en última instancia el daño y por haber corrompido a un inocente criminal. Y a esta idea sumergida que hace que los criminales sean vistos con sorprendente benevolencia se añade, en este caso de chaos, otra que consiste en considerar a los criminales sabinos como luchadores, aunque excesivos en sus métodos, por la libertad de un pueblo oprimido. Y, si bien esta idea ha ido desvaneciéndose poco a poco de la estructura mental de la mayoría de los romanos, continúa intacta no sólo entre los sabinos sino fuera de Roma.

Esto explica que hay una gran parte de juristas en Roma para los que la condena es un mero trámite para asegurar una automática reinserción del criminal en la sociedad. Y sucede que los que así obran muestran una gran benevolencia hacia los criminales, pero muy poca hacia las víctimas de éstos, pues pasan por alto que la condena es también expresión del valor y la consideración que la sociedad atribuye a la víctima o, dicho de otro modo, una medida del respeto que las víctimas merecen a la sociedad. De modo que una sociedad únicamente preocupada por la reinserción del criminal, y que da por hecho una rehabilitación que obviamente no se ha producido, está insultando la dignidad de las víctimas y sus familiares, aumentando de este modo su dolor con la perplejidad.