Contábamos ayer cómo el procónsul Mariano había decidido ser más simpático con el fin de ser tan querido como nuestro Emperador. Y ocurre que esta nueva medida no había sido recibida de igual forma por todos sus generales, pues mientras unos se habían apresurado a adoptarla, y se habían puesto a repartir abrazos y palmadas en la espalda y a sonreír con tal vehemencia que parecía que sus quijadas habrían de desencajarse, otros, y en especial las pretorianas del norte, que llevan años oponiéndose a los sabinos con una valentía que no se veía en Roma desde los tiempos de los Escipiones, mostraban poca predisposición a ser amables con quienes tanto empeño ponen en acabar con ellas. Y así estaban los generales del procónsul, unos siendo simpáticos y otros no, cuando inopinadamente la sibila de Cumas, persona de la máxima confianza del Emperador y la segunda en el mando de Roma, ha emitido un nuevo edicto de persecución contra ellos. Y es esta sibila persona enteca y áspera tanto a la vista como al oído, pues se empeña en dirigirse a sus oyentes regañándolos con un tono más apropiado para impúberes que para adultos. Y tiene esta sibila una ingente colección de togas, túnicas y clámides de la más exquisita factura, y hay quien por su cuidado en el vestir y por su capacidad para la intriga política compara a la sibila con la misma reina Cleopatra, y otros están de acuerdo en que existe cierto parecido con esa reina pero tal y como se encontraba varios años después de que fuera mordida por el áspid y fuera sometida al tratamiento que los egipcios reservan a sus difuntos. Y el motivo invocado en este nuevo edicto de persecución no es de fácil comprensión, pues la sibila acusa al procónsul y sus seguidores de ayudar a una banda de criminales que desde los pasados comicios gobiernan algunas ciudades del territorio dominado por los sabinos. Y es muy sorprendente de escuchar esta acusación ya que en realidad fue el Emperador, apoyado por las expresas y vehementes palabras de la propia sibila, quien permitió que la tal banda de criminales se instalara en esas ciudades que ahora gobiernan y recibieran fondos del erario público para llevar a cabo sus actividades delictivas, y todo ello contra la airada protesta del procónsul y sus seguidores. Y es por esto que la comprensión de la argumentación de este edicto no es asequible a la mera razón, sino que parece reservada únicamente a los iniciados en la fe en la divinidad de nuestro Emperador. Y en esta nueva persecución, como en todas las anteriores, la sibila ha contado con la ayuda de un torvo personaje, también de la máxima confianza del Emperador, conocido como Cucúmbero Albo pero de éste hablaremos otro día.
sábado, 26 de abril de 2008
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3 comentarios:
HETERO MÁXIMO dixit:
Salve, Callo.
Unas breves líneas de salutación en esta arriesgada aventura.
No son estos tiempos bárbaros para hombres de tu talla. A mí, cada vez que leo las tábulas con las últimas noticias, no me llega la túnica al cuerpo.
Que los dioses te sean propicios.
Vale. H.M.
DOMINA CUPA dixit:
Salve, Callo.
Estaba yo libando un riquísimo jugo de Malum, mientras leía en el triclinium los nuntii por palabrum , cuando mi gran amigo Dominus-sine-Fede entró por el atrio descalzo, despeinado y con la toga hecha un ficus.
-Amigo Sine-Fede, ¿qué ocurre? ¿no vendréis a pedirme los veinte ases que me prestaste?
-Tranquila, vengo a decirte que he conocido a un hombre dispuesto a enfrentarse al Emperador.
-¿posee tierras, un ejército?
-No, es un scriptor de códices.
-¿un códice? Enséñamelo.
Y de esta forma, mi amigo me trajo a tu domus. Espero que el nombre de esta vía, pase de boca de druida a oreja de druida y pronto tengas que ampliar las salas para dar cabida a tus huéspedes.
Que tus escritos sean ambrosía para tus iguales y cicuta para tus enemigos. Que Minerva te protega en tu empeño.
Vale.D.C
Salve Domina Cupa, de muy gentil aspecto y singular toga de madera, y salve Hétero Máximo. Sed bienvenidos y sabed que estoy abrumado por vuestro recibimiento. En estos tiempos en que los bárbaros no sólo presionan a lo largo del limes sino también desde su interior, es preciso que sepamos contar los acontecimientos, algunos heroicos, la mayoría incomprensibles y con mucha frecuencia insensatos, que ocurren en esta Roma de nuestros días. Quizás así consigamos ayudar a evitar el derrumbamiento que parece avecinarse o, al menos, servir de comprensión y edificación para tiempos venideros.
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