martes, 2 de septiembre de 2008

CUCÚMBERO ALBO Y EL MUNDO SUBTERRÁNEO

Estas calendas de septiembre se han inaugurado con Cucúmbero Albo flagelando al Procónsul en el foro, para gran desconcierto de éste, que llevaba mucho tiempo esforzándose por ser simpático. Pero parece que estos intentos estaban destinados al fracaso, porque dentro del progressus immaculatus, el Procónsul y sus seguidores tienen asignado un papel muy preciso, que es el de demonios. Y es este un papel de gran importancia para los adeptos de esta religión ya que, de manera paradójica, estos adeptos encuentran su razón de ser, precisamente, en la existencia de los demonios, pues, de acuerdo con su doctrina, los demonios son la imagen opuesta de los acólitos del progressus. Y así los acólitos necesitan a los demonios para contemplarse y reconocerse a sí mismos, como si miraran un peculiar espejo que devolviera la imagen contraria de aquél que en él mirara. Y así, al contemplar la imagen corrompida y depravada de los odiados demonios, los fieles se ven a sí mismos revestidos de todas las virtudes y pueden regocijarse en consecuencia, pero, por el contrario, cuando el procónsul y sus seguidores intentan ser simpáticos y disimular su condición, los fieles se ven desconcertados porque, al desaparecer los demonios, cuando miran en su particular espejo inverso se encuentran con la nada, con lo que quedan sumidos en la desesperación.

Por eso Cucúmbero Albo ha reaccionado con presteza al adivinar el ardid del Procónsul, e inmediatamente se ha encargado de arrancarle la careta y exponerlo en su turbadora apariencia. Y se dice que el Emperador, considerando los valiosos servicios que Cucúmbero presta, está considerando la posibilidad de divinizarlo, e incorporarlo, junto a él al Panteón del progressus. Y se dice que, puesto que él es el encargado de lidiar con los tenebrosos demonios, se le proporcionarán competencias sobre el mundo subterráneo que hasta ahora correspondían a Plutón. Y se dice que su efigie será similar a la de Anubis, el dios con cabeza de chacal que, según los egipcios, es el encargado de lidiar con estos asuntos, aunque, en el caso de Cucúmbero, tendrá rostro de hurón.

Sin embargo, algunos sostienen que Cucúmbero es en realidad un ser creado a partir de barro y detritus por el Emperador, desprovisto por ello de sustancia y raciocinio y sólo apto para realizar tareas mecánicas y repetitivas, que es lo que los judíos denominan golem. Y hay otros que van más allá, y se atreven a afirmar que el propio Emperador no es, a su vez, más que un golem creado para difundir el desconcierto en Roma, pero estas creencias exceden mi conocimiento, por lo que no hablaré más de ellas.

domingo, 24 de agosto de 2008

SOBRE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA Y LA ESTÉTICA

Cuentan que en tiempos antiguos, en la época en que Servio Tulio instauró los comicios, las distintas facciones políticas de Roma definían sus respectivas posiciones a partir de sus propios proyectos políticos, y con ellos se presentaban ante sus potenciales electores en dichos comicios, de modo que éstos podían juzgar si eran razonables. Y así, si existía un número suficiente de electores que entendían que un determinado proyecto era beneficioso para Roma, y proporcionaban sus votos a la facción correspondiente, ésta podía acceder al poder y, desde allí, poner en práctica ese proyecto.

Ocurría, sin embargo, que aquellos que accedían al poder descubrían que éste no sólo les permitía materializar sus proyectos, sino, indirectamente, alcanzar un elevado nivel de satisfacción personal gracias a los estipendios, la fama, las cuadrigas oficiales y demás prebendas que aquél poder llevaba aparejado. De este modo, con el tiempo, comenzaron a surgir políticos para los que estos beneficios secundarios se convirtieron en sus intereses primarios, y para los que el cursus honorum representaba la manera más cómoda, y con frecuencia la única, de acceder a los bienes materiales que hacen más llevadera la existencia.

Y así, de manera gradual e imperceptible, comenzaron a abundar los políticos que se presentaban ante sus electores sin el menor proyecto, únicamente movidos por su anhelo de alcanzar el poder. Y estos políticos, para su sorpresa, pudieron comprobar que a gran parte de los romanos no les importaba demasiado esta ausencia, pues llevaban cierto tiempo enfocando la política desde un punto de vista meramente deportivo, y manifestando sus preferencias por una u otra facción, no por las bondades y maldades de sus respectivos proyectos, sino por impulsos muy parecidos a los que los llevaban a optar por los azules o los verdes en el hipódromo, y frecuentemente con la misma virulencia en ambos casos.

El abandono del requisito previo de presentar un proyecto representó un gran alivio para estos políticos, ya que les evitaba enojosos requerimientos de conocimiento y capacidad. Durante algún tiempo, los políticos mantuvieron la ficción de que tales proyectos aún existían, y para ello aprendieron a vestir la nada con palabras, creando una oratoria de vistosas ampollas que se elevaban vigorosamente en el aire y se desvanecían sin dejar rastro. E incluso el propio Emperador acabó aceptando su divinidad para llenar estos vacíos.

Hoy, sin embargo, se ha dado un nuevo paso en esta dirección, pues todo indica que la ciudadanía ya está lo suficientemente madura como para acabar con cualquier tipo de subterfugio y disimulo. Y así Pachilopiscis, representante del Emperador en las tierras gobernadas por los sabinos y aprendiz, a su vez, de sabino, ha presentado como su mayor virtud el acudir a su cita con los ciudadanos desnudo de cualquier proyecto, idea y convicción, como si en lugar de a unos comicios acudiera a un nuevo juicio de Paris. Y, tal es la subversión del orden natural de las cosas, que todo parece indicar que los ciudadanos manifestarán sus presencias por esta nueva beldad desnuda.

lunes, 4 de agosto de 2008

EL TRIUNFO DEL CAOS

La noticia que más revuelo ha provocado en el foro estos días ha sido la puesta en libertad del infame asesino sabino chaos, llamado así porque a lo largo de su infausta carrera se encargó de pulverizar el orden y la pacifica convivencia en Roma, y de sembrar el dolor. Pues este maligno asesino acabó a sangre fría con la vida de veinticinco personas por la mera razón de ser romanos, porque chaos es uno de los más fanáticos seguidores del profeta Sabino, cuya doctrina atrae no sólo a los mediocres, que gracias a ella encuentran razones artificiales para diferenciarse y medrar, sino también a los más viles asesinos, que pueden así satisfacer sus instintos malignos envolviéndolos en causas elevadas. Y hay que recordar que hace algo más de un año nuestro Emperador, secundado por todos sus colaboradores y, en especial, por su praefectus de policía Máximo Mendácitor, abogaba por la puesta en libertad de este miserable asesino, afirmando que el que había matado a veinticinco personas era, en realidad, un amante de la coexistencia pacífica y , paradójicamente, que el chaos estaba a favor de la paz.

Y para alguien que llegara a Roma desde tierras remotas le resultaría incomprensible esta situación, pues este vil asesino ha cumplido menos de un año de condena por cada uno de sus asesinatos, y no sólo no ha mostrado la menor sombra de arrepentimiento por sus nauseabundas acciones, sino que, estando en el ergástulo, se encargó de celebrar los cobardes asesinatos cometidos por sus colegas sabinos. Pero en una parte de la sociedad romana subyacen ciertas ideas sumergidas que, si bien viven en los estratos más profundos de las mentes de las personas, no por eso son menos duraderas. Y una de estas ideas afirma que todas las personas son por naturaleza buenas, y seguirían siendo buenas si habitaran en la naturaleza. Sin embargo, la civilización, y al decir civilización hay que entender aquí civilización romana, se encarga de corromper a las personas al introducir desigualdades y crear, como afirma poéticamente nuestro Emperador, océanos de injusticia. De este modo, cuando una persona que es buena en esencia se ve compelida a realizar actos malvados, la culpable es, en realidad, la sociedad, que de este modo es doblemente culpable, por haber generado en última instancia el daño y por haber corrompido a un inocente criminal. Y a esta idea sumergida que hace que los criminales sean vistos con sorprendente benevolencia se añade, en este caso de chaos, otra que consiste en considerar a los criminales sabinos como luchadores, aunque excesivos en sus métodos, por la libertad de un pueblo oprimido. Y, si bien esta idea ha ido desvaneciéndose poco a poco de la estructura mental de la mayoría de los romanos, continúa intacta no sólo entre los sabinos sino fuera de Roma.

Esto explica que hay una gran parte de juristas en Roma para los que la condena es un mero trámite para asegurar una automática reinserción del criminal en la sociedad. Y sucede que los que así obran muestran una gran benevolencia hacia los criminales, pero muy poca hacia las víctimas de éstos, pues pasan por alto que la condena es también expresión del valor y la consideración que la sociedad atribuye a la víctima o, dicho de otro modo, una medida del respeto que las víctimas merecen a la sociedad. De modo que una sociedad únicamente preocupada por la reinserción del criminal, y que da por hecho una rehabilitación que obviamente no se ha producido, está insultando la dignidad de las víctimas y sus familiares, aumentando de este modo su dolor con la perplejidad.

jueves, 31 de julio de 2008

BREVE ENSAYO SOBRE LA CEGUERA

Como ya hemos comentado en otras ocasiones, una de las características de la Roma actual es que, aunque todos los romanos tienen, por lo general, dos ojos, no todos ven la realidad de la misma forma. Y así por ejemplo, como también hemos comentado, los seguidores del Emperador sólo ven aquella parte que encaja en sus dogmas, siendo ciegos al resto. Y, además, perciben a sus adversarios como demonios de torva mirada, y los tratan en consecuencia.

Por su parte, los nacionalistas samnitas y sabinos sólo perciben la realidad cuando se ajusta a sus mitos, y cuando, como ocurre con frecuencia, no se ajusta en absoluto, sólo perciben aquéllos, mientras que a los que no son sabinos o samnitas como ellos, sencillamente, no los ven. Y esto les causa gran pesar porque, al no verlos, no pueden protegerlos como sin duda les gustaría, y así por ejemplo no pueden dejarles que accedan a los empleos y fondos públicos. Y tampoco pueden proporcionarles la educación en latín, la lengua que habitualmente emplean, porque, al no verlos, se creen que no hay una suficiente demanda. Y ocurre que los sabinos y samnitas también hablan latín, pero esto no sólo no lo ven, sino que parece que tampoco lo oyen. Y en la tierra gobernada por los sabinos la situación es aún peor, porque los gobernantes, al no ser capaz de ver a los que no son sabinos como ellos, son incapaces de impedir que los feroces asesinos que entre ellos se encuentran se dediquen a perseguirlos, atemorizarlos y matarlos. Y, pensándolo bien, estos feroces asesinos no parecen tener problemas para ver a los que persiguen y matan, de modo que quizás esta deficiencia de visión dependa de la actividad que se proponen acometer.

Sin embargo sabinos y samnitas, con el tiempo, han llegado a percibir muy vagamente, a través de los susurros que emiten, normalmente en latín, la triste existencia de aquéllos que, como espectros, vagan por fuera de su mundo. Y, de este modo, han desarrollado la immersio, un procedimiento mediante el cuál conjuran a estos seres del más allá y los atraen a su mundo, aunque despojados de su lengua y su memoria, y para dedicarlos, usualmente, a tareas menores. Es por eso que ahora los samnitas han redactado una ley para la educación de púberes e impúberes en la que, dejando por completo de lado al latín, afirman que la única lengua propia del Samnio es el samnita (artículos XI, XIV, XV y XVIII) pues es la única que ellos oyen, y en la que regulan el conjuro de la immersio (artículo XVI).

Y mientras tanto los colaboradores del Emperador niegan también que esta realidad exista, pues parece que ellos, a su vez, no sólo son ciegos a los propios samnitas, sino incluso a lo que éstos dejan por escrito. Y desde hace tiempo tanto el avieso Cucúmbero Albo como la pretoriana Carminator se dedican a perseguir ferozmente a todos aquellos que denuncian lo que sus ojos ven pero permanece invisible para estos colaboradores del Emperador. Aunque hay quien dice que el caso de Cucúmbero Albo es especial, y que en realidad no es más que un instrumento hueco de viento a través del cuál retumba la voz del Emperador, y tras cuya hórrida apariencia de roedor se oculta la permanente sonrisa de éste.

jueves, 10 de julio de 2008

LOS SAMNITAS, LOS SABINOS Y LAS RANAS

Carminator, la generala del Emperador, ha declarado en relación con el Manifestus que los que lo han firmado no tienen la menor idea de lo que dicen porque jamás han puesto sus pies en la región gobernada por los samnitas. Y, obviando el hecho de que muchos de los firmantes viven precisamente en esa región, al decir esto parece creer que la permanencia en ella atribuye telúricamente el conocimiento de verdades superiores. Y con esto Carminator recurre a un argumento muy querido tanto por samnitas como por sabinos, que consiste en afirmar que las cosas que suceden en los territorios que ellos gobiernan, y que a un observador parecen escandalosas, en realidad no lo son, sino que sencillamente el tal observador no las comprende, pues la profunda visión de las cosas sólo está al alcance de ellos, es decir de los samnitas y sabinos.

Y lo cierto es que los samnitas y sabinos parecen tener una visión peculiar pues, del mismo modo en que se dice que hay ciertos batracios que sólo pueden ver aquellos estímulos que su cerebro está preparado para identificar, y son incapaces de ver un elefante pasando frente a ellos si resulta que su cerebro no lo tiene asimilado, tanto sabinos como samnitas sólo son capaces de percibir las cosas que encajan en la idea de la tribu que ellos mismos han profetizado, pero son incapaces de ver al resto de los romanos. Y esto explicaría que Carminator defienda la immersio, pues parece ser que el sometido a ella emerge bendecido, aunque aturdido y boqueando, y ya visible para los sabinos y samnitas, que hasta ese momento no lo habían visto. Aunque los maledicientes, que siempre los hay, afirman que el proceso no es tanto una immersio como una lavativa, pues aquella, como ésta, deja muy malparada la dignidad del que lo sufre. Pero Carminator alaba el bautizo al mundo samnita que supone la immersio, pues gracias a ella las personas comienzan a existir para sabinos y samnitas. Y por eso Carminator ha declarado con orgullo que gracias a la immersio no hay samnitas de primera y de segunda, sino que convierte a todos los ciudadanos en iguales, lo que no deja de tener razón, porque el resto, mientras no la practica, no existe.

Pero hay quienes afirman que, ni siquiera tras la immersio se produce la igualación de los samnitas, pues se dice que los recién bautizados o xarnegus nunca consiguen gozar realmente de un status similar a los de los samnitas de raigambre, aunque proporcionan diversión a éstos.

martes, 8 de julio de 2008

ESCENAS DE ROMA

Estos días esta siendo muy comentada en el foro la epistula que circula por Roma y que cada vez va siendo firmada por más ciudadanos. Esta epistula fue redactada y firmada inicialmente por un grupo de eximios pensadores, pero más tarde se adhirieron a ella notorios atletas y, finalmente, ciudadanos comunes. Y esto no debe extrañar, pues la epistula esta redactada con una prosa clara y diáfana, y se limita a pedir cosas que alguien que no viviera en Roma, y no estuviera al tanto de las peculiares circunstancias, encontraría muy sorprendente que tuvieran que ser pedidas. Y por ello, la epistula ha pasado a ser conocida como la de la veritas manifesta o, sencillamente, el Manifestus.

Y lo que el Manifestus pide es que se respete el derecho de todos los romanos a ser educados en latín. Y parecería que esta petición tan sencilla estaría destinada a ser acogida con simpatía por todos los romanos, pero no ha sido así. Pues resulta que el Manifestus tiene la virtud de dejar a las personas en el lugar que realmente ocupan, que con frecuencia no es el que les gustaría ocupar, despojándolas de las caretas con la que se revisten cuando sus palabras no coinciden con sus actos. Y no es que este sea el caso del Emperador, pues éste ha rechazado el Manifestus sin ningún tipo de disimulo, pero en cambio ha causado un gran número de quebraderos de cabeza a sus pensadores oficiales, que se las han visto y deseado para razonar su rechazo. Y el caso más pintoresco ha sido el del vate Gamonedus, que en un despiste se adhirió inicialmente al Manifestus, pero luego, sudando, ha tenido que hacer titánicos esfuerzos para argumentar en la dirección opuesta al sentir sobre él la furibunda mirada del Emperador. Y así, cuanto más cristalina es la lógica del Manifestus, más opaco tiene que ser el lenguaje empleado por sus detractores, lo que hace que éstos lo odien aún más.

Y por otra parte, la situación de las finanzas continúa empeorando, pero el Emperador continúa reclamando la confianza de sus súbditos, y el ecónomo, para sorpresa de todos, ha dicho que con él no iba la cosa, ha comenzado a desgranar su letanía y cuando sus oyentes se han despertado él ya se había ido.

Y en estas circunstancias el Emperador se ha reunido con sus acólitos, pero no porque le parezca preocupante la situación económica, ni por estudiar las virtudes del Manifestus, sino porque ha decidido que ya es hora de que todos los romanos, sin excepción, sean educados en la fe verdadera, es decir en el progressus immaculatus, y abandonen las demás, especialmente la de los cristianos. Y una vez que todos los romanos estén unidos en la misma fe, la alternancia en el poder ya no tendrá sentido, y así lo ha manifestado el Emperador, con lo que el sistema político del ateniense Pericles recibirá su testamento definitivo. Y, por último, se ha preocupado de que los romanos tengan la posibilidad de acortar su estancia en el mundo sensible por cualquiera de sus dos extremos, al nacer o al morir.

Y así están las cosas por Roma, con ciudadanos que se ven obligados a firmar verdades manifiestas, con una severa crisis que amenaza la urbe y con el Emperador empeñado en convertir a la población a su fe. Y por eso hay quienes opinan que, al pretender que los romanos podamos ser extirpados de la existencia con facilidad, el Emperador ha sido inspirado por los Dioses con el fin de aliviar nuestros sufrimientos.

jueves, 3 de julio de 2008

EL PATRIARCA DE LOS SABINOS Y PLATÓN

Juan Josué, el patriarca de los sabinos, ha emitido en edicto según el cuál, en adelante, los carteles y los rótulos de los establecimientos públicos deberán ser redactados en esta lengua, y los empleados deberán usarla para atender a los clientes. Y en esto sigue el camino ya emprendido hace tiempo por los samnitas e incluso por los gobernantes de las ínsulas, que aspiran a independizarse de Roma para ser conquistados por los samnitas.

Y es este asunto de las lenguas de difícil comprensión, como todos los que afectan a sabinos y samnitas, porque es bien sabido que antes de emprender cualquier acción, tanto sabinos como samnitas invocan ruidosamente grandes Ideas, como si fueran éstas las que guiasen su actuación. Y son estas Ideas variadas, pero siempre bellas, tales como los derechos de los pueblos oprimidos, o la preservación de sus culturas. Pero ya nos advirtió el ateniense Platón que estas Ideas son puras siempre que se mantengan en el éter, pero que al contacto con el flujo del mundo real, son inexorablemente corrompidas. Y hay que decir que las Ideas que suelen invocar sabinos y samnitas tienen tendencia a la rápida putrefacción, como un pescado que fuera dejado a pleno sol en verano en el puerto de Parténope.

Y así por ejemplo, en relación al asunto del que hoy hablamos, se suele invocar la Idea, de apariencia noble, de que todos los habitantes de las regiones gobernadas por sabinos o samnitas deben tener derecho a ser atendidos en la lengua que escojan. Y esta Idea, cuya formulación presenta una bella simetría, se corrompe en cuanto es trasladada al mundo sensible. Porque, dado que todos los habitantes de las regiones gobernadas por sabinos y samnitas hablan el latín, pero solo algunos la lengua regional, resulta que la Idea limita el acceso a las cuesturas, preturas y demás sinecuras a los que hablan la lengua autóctona, dejando fuera a los que sólo hablan latín. Y esto, a su vez, acaba provocando un segundo efecto, más sutil pero más pernicioso, que consiste en la asunción de que los nativos, que son los que en teoría conocen la lengua autóctona, tienen derecho a un status superior al de los no nativos, lo que acaba siendo interiorizado por ambas partes, y rompiendo la uniformidad del status civitatis.

Y hay quienes sospechan que los sabinos y samnitas invocan las Ideas, pero en realidad conocen de antemano y buscan el resultado corrompido, y al actuar así obran como si intentaran ocultar un cuerpo enfermo y lleno de llagas purulentas con vistosas vestiduras. Pero lo cierto es que por el momento las llagas no parecen ser visibles para la mayoría de los ciudadanos, y sabinos y samnitas siguen extendiendo su poder a expensas de Roma.