Y es sabido que existe una secta secreta en Roma cuyos miembros, que aparecen esporádicamente entre nosotros, se ven a sí mismos permanentemente alumbrados por un rayo de luz proveniente de los cielos que los diferencia de los demás mortales, por lo que son conocidos como los illuminatii. Los illuminatii conciben el mundo como un gigantesco escenario dispuesto por los dioses para su personal lucimiento. Pero a diferencia de los ordinarios escenarios de los teatros, en los que el público se sitúa en sus escaños, separado de los actores por la orquesta y el proscenium, en el escenario de los illuminatii no existe una separación entre éstos y el público, sino que éste queda integrado en la función. Y de este modo el espectador queda integrado en el coro y condenado a vagar siguiendo las ocurrencias del illuminatus de turno, ya opte éste por la comedia o por la tragedia, y sin la posibilidad de levantarse y marcharse a su casa si la representación no es de su agrado. Porque estos espectadores devenidos coro son personajes completamente irrelevantes en la obra representada por el illuminatus, y eso a pesar de que éstos acostumbran a declamar, con sonoras voces, que el motor de sus actuaciones es, precisamente, el interés del coro. Pero, lo cierto es que éste carece de importancia en la trama diseñada por el illuminatus, por lo que sus integrantes se ven obligados a deambular por el escenario siguiendo las circunvoluciones del aquél hasta que finalmente cae el telón, lo que con frecuencia ocurre sobre sus cabezas.
Así pues, la realidad que rodea a los illuminatii es un mero decorado, y eso trae consigo dos consecuencias. La primera, que cuando el público se asoma detrás de ella comprueba, con sorpresa y desilusión, que no hay nada, pues todo el esplendor del illuminatus se reduce a armazones revestidos con vistosas telas. Y la segunda, que, como los illuminatii entienden que toda la realidad es decorado, acostumbran a mostrar un olímpico desdén hacia los desperfectos que sus actuaciones ocasionan en ella. Y así, por ejemplo, hubo hace unos años hubo un famoso illuminatus, que con sus enérgicas actuaciones acostumbraba a devastar aquello por donde pasaba, pero aquellas fueron tan impactantes que aún hoy la gente utiliza su efigie para decorar sus clámides. Y también hay quien afirma que el propio Emperador es también uno de estos illuminatii.
Y hoy ha hecho acto de presencia un nuevo illuminatus en el foro, que interpreta su papel disfrazado de iudex. Y parece que la tragedia que se propone protagonizar convertirá a Roma en un escenario abundante en tumbas abiertas, huesos removidos y rencores resucitados, pero él se deslizará por encima de él elevado sobre unos coturnos y declamando frases solemnes con voz chillona, para terminar alcanzando la gloria en las lejanas tierras del norte, allá donde habitan los variegos. Y de momento, el programa de la obra ya ha provocado que parte del público tenga que pasar por el vomitorium.
Así pues, la realidad que rodea a los illuminatii es un mero decorado, y eso trae consigo dos consecuencias. La primera, que cuando el público se asoma detrás de ella comprueba, con sorpresa y desilusión, que no hay nada, pues todo el esplendor del illuminatus se reduce a armazones revestidos con vistosas telas. Y la segunda, que, como los illuminatii entienden que toda la realidad es decorado, acostumbran a mostrar un olímpico desdén hacia los desperfectos que sus actuaciones ocasionan en ella. Y así, por ejemplo, hubo hace unos años hubo un famoso illuminatus, que con sus enérgicas actuaciones acostumbraba a devastar aquello por donde pasaba, pero aquellas fueron tan impactantes que aún hoy la gente utiliza su efigie para decorar sus clámides. Y también hay quien afirma que el propio Emperador es también uno de estos illuminatii.
Y hoy ha hecho acto de presencia un nuevo illuminatus en el foro, que interpreta su papel disfrazado de iudex. Y parece que la tragedia que se propone protagonizar convertirá a Roma en un escenario abundante en tumbas abiertas, huesos removidos y rencores resucitados, pero él se deslizará por encima de él elevado sobre unos coturnos y declamando frases solemnes con voz chillona, para terminar alcanzando la gloria en las lejanas tierras del norte, allá donde habitan los variegos. Y de momento, el programa de la obra ya ha provocado que parte del público tenga que pasar por el vomitorium.
8 comentarios:
Y encima no ha hecho caso a Sebastianus y no es un Illuminatum de bajo consumo. Dicen que la puesta en escena de la obra va a costar más de 130 millones de leurum.
¡Muy bueno!
Ave Callo,
Este iluminatus podría jubilarse... que le pongan una TV para que se luzca a diario y nos deje en paz al resto,
Salve.
¡Qué más quisiéramos nosotros, Aguijón! Pero sólo somos el involuntario coro. Saludos.
Perdón ¿quien es el illuminatii de la efigie en las clámides?
Me refiero al Cheguevarus, al que, por ejemplo, le confiaron la economía de cierta ínsula y, en menos dos años, consiguió hundirla (la economía, no la ínsula)
Ave Callo.
Conozco personalmente al illuminati disfrazado de iudex.
En la primera ocasión que estuve con él yo pertenecía a un grupo de la resitentia que fue comunicarle que le habíamos dado un premio por luchar con la lex en la mano contra los sicarios sabinos.
En la segunda ocasión acudimos a su despacho más que preocupado con los signos que empezaba a dar el iudex de rendición táctica ante los mismos sicarios, en la misma línea que el Emperador. Sus palabras trataron de transmitirnos tranquilidad y nos pidieron patientia, sin embargo sus ojos, su semblante y sus gestos nos transmitieron justo lo contrario. El tiempo se encargó de que nuestros peores presagios, la prodítio, se convirtiera en certeza.
¡Ah Apóstolos!
Hacía algún tiempo que no pasaba por el foro, y por eso no había tenido ocasión de ver tu interesantísima crónica. Pero lo cierto es que no me extrañan estos bruscos cambios de rumbo en los illuminatii, porque para ellos no es más difícil que para un actor cambiar de papel.
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