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Es sabido que las madres adeptas al Emperador acostumbran a contar por las noches a sus hijos cómo éste llegó a Roma cabalgando a lomos de una blanca paloma. Y que, desde tan ventajosa posición, el Emperador se dedicó a fulminar con sus rayos de bondad al malvado Procónsul y sus daemonii, que por aquél entonces se encontraban librando una guerra cruel e injusta contra los persas, a los que exterminaban para apoderarse de su milagroso óleo. El Procónsul, según continúa el maternal relato, estaba entonces a punto de ganar los comicios y esto habría llevado a Roma a un desastre sin precedentes, pues los sanguinarios daemonii habrían instaurado un reino de terror. Pero el Emperador, con su paloma y su fiel Rubor Calvus, destrozaron las urnas, flagelaron al Procónsul y sus seguidores y, no sólo evitaron que éstos ganaran los comicios, sino que a punto estuvieron de expulsarlos definitivamente de Roma. Y envuelto en un ansia infinita de paz Bonus pudo exclamar orgullosamente que prefería ser muerto a matar. Y así, desde Rubor Calvus a Bonus, a calvo ad calvum, triunfó la Pax Romana. Y llegado este punto los infantes que escuchan el relato están excitados y presa de un virtuoso odio contra los daemonii, con lo que no hay manera de que se duerman.
Pero ocurre que este relato es tan bello que no sólo emociona a los infantes, sino también a los acólitos del Emperador que han alcanzado la edad adulta. Y éstos, no queriendo reconocer su afición a los cuentos infantiles, ni las lágrimas de emoción que recorren sus mejillas cuando los escuchan, han adaptado el relato a una versión adulta, que ellos mismos han acabado creyendo. Y en esta versión el Procónsul no es perseguido y flagelado por su intrínseca maldad, sino por incumplir las ceremonias establecidas antes de emprender una guerra. Porque sucede que el Procónsul marchó contra los persas sin propiciar debidamente a los sacerdotes del culto de Onu, una religión mistérica en la que no solo participan los romanos, sino también la mayoría de los pueblos bárbaros. Y estos sacerdotes de Onu, no sólo obtienen su sabiduría por cauces no accesibles a la mayoría de los mortales, sino que, además, hay una serie de ellos que gozan de preeminencia en sus decisiones, favor que les otorgó Marte por vencer en la última guerra contra los germanos. Y hay que decir que, entre estos sacerdotes cuyas decisiones no se pueden discutir, están los galos, que, lejos de vencer a los germanos, se rindieron a ellos en cuanto éstos mostraron sus armas, colaborando, a continuación, activamente con ellos, pero esto no es más que uno de los misterios de este singular culto.
Y sucede que ahora el Emperador parece haberse olvidado de su anhelo de paz. Y, sustituyendo la paloma por las águilas de sus legiones, se ha lanzado a la guerra contra el rey de Cirenaica, que también dispone de óleo, y cuyo aspecto general es el que tendría Medusa tras una noche sin Morfeo. Y ahora los fieles del Emperador se muestran perplejos ante este cambio, que parece contradecir los cuentos de sus infancia, y que parece acercar su comportamiento al del Procónsul en la guerra contra los persas. Pero todos los lugartenientes del Emperador se han lanzado a defender que ambos casos nada tienen que ver, y que lo importante es que, en esta ocasión, Onu ha sido debidamente propiciada antes del ataque. Y a todo esto el Procónsul asiste pensativo y mirando a la bóveda celeste, como si pensara que mejor mudo que flagelado de nuevo.
jueves, 24 de marzo de 2011
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