Se dice que cuando el gran Julio César desembarcó en Britania sus generales le contaron que en la ciudad de Londinum existía un espacio reservado para aquellos que querían dirigirse con la palabra a sus paisanos. Este espacio, que en la lengua bárbara de los britanos recibía el nombre de espíquerscorner, servía así para que cualquier persona pudiera convertirse en improvisado orador, y pudiera dirigir discursos, soflamas y arengas, según sus particulares inclinaciones, a todos aquellos que fueran atraídos por la fuerza de su oratoria. Y del mismo modo que el talento de estos oradores era desigual, también lo eran las respuestas que recibían de aquellos a los que sus palabras se dirigían, e incluían desde las ovaciones más encendidas hasta los lanzamientos de frutos del agro.
Pues sucede que esta práctica de los britanos se ha trasladado al foro, y desde hace unos días hay ciudadanos anónimos que se dirigen a un rincón del foro, el ángulus oratoris y, subidos a un escaño que ellos mismos tienen que traer, se dirigen al populus y le exponen sus opiniones sobre los más variados asuntos. Y ocurre que ayer mismo se encaminó a este rincón un ciudadano de aspecto venerable que, subido al correspondiente escabel, desarrolló una extravagante teoría sobre la política, que, por lo que puedo recordar, era más o menos ésta. Que hasta ahora el común pensamiento dictaba que los políticos eran meros representantes de los ciudadanos y eran comisionados por éstos para dirigir los asuntos políticos de Roma, siendo, por tanto, el derecho político fundamental de estos ciudadanos la elección de aquellos que consideraran más capacitados para dirigir esos asuntos, o que presentaran unos proyectos políticos más atractivos. Pero ahora, siempre según el orador del que estoy hablando, los políticos no son, en realidad, ejecutores de unos proyectos políticos determinados, sino integrantes de un estamento especial dentro de Roma que les proporciona un estatus superior al del resto de los ciudadanos que, en esencia, consiste en el manejo de los fondos públicos. Y puesto que el manejo de estos fondos constituye la señal distintiva de este nuevo estamento, los diferentes proyectos políticos se desdibujan y se convierten en una mera apariencia. Por eso, continuó el orador, es frecuente ver a representantes de facciones supuestamente opuestas vociferar unos contra otros en público mientras en privado pactan un reparto satisfactorio para ambas partes, y así ocurre, por ejemplo, cuando año tras año Pachilopiscis aprueba los presupuestos del patriarca Juan Josué entre grandes admoniciones recíprocas.
Y a estas alturas del discurso, una gran parte del auditorio reía abiertamente del orador considerándolo un perturbado, pero éste continuó impertérrito diciendo que, en la actualidad, los únicos derechos políticos que quedan a los ciudadanos ordinarios son los de actuación y representación, entendidos como el derecho a que los políticos actúen para ellos y, dejando de lado la dignidad de sus cargos y personas, representen farsas, dramas y otros ludes escénicos para que, como premio por la calidad de las tales actuaciones, estos ciudadanos les proporcionen los votos que les permitirán continuar disfrutando de su estatus superior. Y esta penosa obligación de actuación y representación recae sobre los integrantes del estamento político en todo momento, aunque es más intensa en la proximidad de los comicios, momento en que se ven obligados, incluso, a visitar a los ancianos y besar a los infantes. Pero además, aseguró, afecta a todos ellos con independencia de su rango, y así incluso el mismo Emperador, actuando en una farsa de aventuras, se ha visto obligado a triscar por las montañas como si de un pastor de Tracia se tratara.
Y en ese momento el orador dio por terminada su intervención y se bajó de su escaño, y la mayoría del público ya se había marchado entre burlas y alborotos, pero dos o tres oyentes parecían reflexionar melancólicamente sobre sus palabras.
Pues sucede que esta práctica de los britanos se ha trasladado al foro, y desde hace unos días hay ciudadanos anónimos que se dirigen a un rincón del foro, el ángulus oratoris y, subidos a un escaño que ellos mismos tienen que traer, se dirigen al populus y le exponen sus opiniones sobre los más variados asuntos. Y ocurre que ayer mismo se encaminó a este rincón un ciudadano de aspecto venerable que, subido al correspondiente escabel, desarrolló una extravagante teoría sobre la política, que, por lo que puedo recordar, era más o menos ésta. Que hasta ahora el común pensamiento dictaba que los políticos eran meros representantes de los ciudadanos y eran comisionados por éstos para dirigir los asuntos políticos de Roma, siendo, por tanto, el derecho político fundamental de estos ciudadanos la elección de aquellos que consideraran más capacitados para dirigir esos asuntos, o que presentaran unos proyectos políticos más atractivos. Pero ahora, siempre según el orador del que estoy hablando, los políticos no son, en realidad, ejecutores de unos proyectos políticos determinados, sino integrantes de un estamento especial dentro de Roma que les proporciona un estatus superior al del resto de los ciudadanos que, en esencia, consiste en el manejo de los fondos públicos. Y puesto que el manejo de estos fondos constituye la señal distintiva de este nuevo estamento, los diferentes proyectos políticos se desdibujan y se convierten en una mera apariencia. Por eso, continuó el orador, es frecuente ver a representantes de facciones supuestamente opuestas vociferar unos contra otros en público mientras en privado pactan un reparto satisfactorio para ambas partes, y así ocurre, por ejemplo, cuando año tras año Pachilopiscis aprueba los presupuestos del patriarca Juan Josué entre grandes admoniciones recíprocas.
Y a estas alturas del discurso, una gran parte del auditorio reía abiertamente del orador considerándolo un perturbado, pero éste continuó impertérrito diciendo que, en la actualidad, los únicos derechos políticos que quedan a los ciudadanos ordinarios son los de actuación y representación, entendidos como el derecho a que los políticos actúen para ellos y, dejando de lado la dignidad de sus cargos y personas, representen farsas, dramas y otros ludes escénicos para que, como premio por la calidad de las tales actuaciones, estos ciudadanos les proporcionen los votos que les permitirán continuar disfrutando de su estatus superior. Y esta penosa obligación de actuación y representación recae sobre los integrantes del estamento político en todo momento, aunque es más intensa en la proximidad de los comicios, momento en que se ven obligados, incluso, a visitar a los ancianos y besar a los infantes. Pero además, aseguró, afecta a todos ellos con independencia de su rango, y así incluso el mismo Emperador, actuando en una farsa de aventuras, se ha visto obligado a triscar por las montañas como si de un pastor de Tracia se tratara.
Y en ese momento el orador dio por terminada su intervención y se bajó de su escaño, y la mayoría del público ya se había marchado entre burlas y alborotos, pero dos o tres oyentes parecían reflexionar melancólicamente sobre sus palabras.
8 comentarios:
Así parece que es la cosa en esta cleptocracia ologopólica, como la definió Alberto Noguera en su blog.
Ave crem Callo.
De todos es sabido que son usos ancestrales de los políticos el considerarnos adultus a la hora de votarles pero infans a la de pedirles explicaciones por sus actos. Y ya se sabe también que los infans no merecen ninguna explicación.
Salve Apóstolos. Me alegro de encontrarte otra vez por el foro. Me permito volver a traer elcomentario que colgaste la última jornada, porque no había tenido ocasión de verlo hasta ahora y me parece buenísimo. Por cierto, dentro de esta teoría de los políticos como actores, hay que decir que Cucúmbero está muy encasillado en su papel de tambor resonante de la voz del Emperador.
Apóstolos Genitalis dijo...
Quien hubiera dicho hace apenas X años que Cucúmbero Albo, que ni siquiera salía elegido a la sazón en los comicios de su aldea gallega, que iba a cortar el bacalao y manejar los hilos en el partidodel mismísimo Emperador?
Hubiera soñado Cucúmbero hace solo II lustros que iba a poseer una villa de más de CM miles de sestercios en una de las zonas residenciales más selectas (y preferidas por tanto por sus compañeros de partido) de las afueras de la capital del imperio?
Hubiera soñado Cucúmbero que iba a poseer otra villa en la isla más famosa, y también más selecta, de su Galicia natal, aunque para ello tuvieran que saltarse él y sus secuaces locales todas las leyes que protegen la costa?
Hubiera soñado, en fin, Cucúmbero que iba a tener permanentemente a su servicio cuadriga oficial y legionarios de protección?
Para alguien que se autoproclama defensor de los desfavorecidos y enemigo acérrimo de la opulencia que según él se supone que representa el partido rival, esos sueños hubieran sido sin duda pesadillas... y miren ustedes por donde, no solo hoy son realidades sino que Cucumbero dista mucho de parecer querer retornar a su humilde vida anterior en su aldea natal.
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Bienvenido al foro Alexander Smollet. Me parece una magnífica denominación, esa que nos traes.
Estupendo, una agudísima descripción de la realidad
Ya saben, Coniuctio Progressus et Democratia o Civi´s
Genial tu blog. Me encanta. A partir de ahora seré un fiel de esta tú bitácora.
El mío, de este tiempo, y mas sencillito, es el siguiente: ignaciogarriga.wordpress.com
Saludos desde una aldea de Roma (Sant Cugat del Vallés).
Ave Ignacio y ave ciudadano anónimo, y gracias. Ojalá este foro se convierta en la envidia del spíquerscorner de los britanos.
Ayer por la noche tuvimos ocasión de contemplar la actuación del Emperador por las cumbres y, francamente, creo que no se ganó su sueldo de actor. La fotografía bonita, pero los diálogos penosos.
Completamente de acuerdo, Mucio.
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