El leal Cánido Conde Pompilio, acusador particular del Emperador, subió ayer a la tribuna frente a un grupo de iudicis y les dedicó un solemne discurso en el que lamentó la falta de confianza de los ciudadanos en la justicia, y en el que se enorgulleció de que finalmente hubiera sido declarada proscrita la facción política de los crueles asesinos sabinos que llevan décadas ensangrentando Roma.
Y cualquiera que escuchase esto sin conocer a Pompilio lo encontraría muy puesto en razón, porque, por un lado, los pilares de una sociedad se tambalean cuando los ciudadanos no confían en sus iudicis, y, por otro, estos asesinos sabinos se presentan a los comicios con una mano extendida al frente para recibir fondos de las arcas públicas y la otra detrás de la espalda escondiendo el puñal con el que matan a los que no comparten su visión del mundo. Pero ocurre que, hasta hace pocos meses, el propio Pompilio criticaba airadamente a los que pretendían que la facción política de los asesinos fuera proscrita, y los acusaba de insensibles y de pretender confinar a los seguidores de los asesinos sabinos dentro de un reducto como si fueran vulgares reses. Y Pompilio llamaba a este reducto “guantánamo”, como el temible ergástulo creado por el legendario rey Arbustus.
Y con esto Pompilio defendía que los asesinos sabinos tuvieran voz en las instituciones romanas, de modo que ensalzaba a aquéllos y denigraba éstas. Y, mientras arrastraba por los suelos la dignidad de Roma, Pompilio presentaba pomposamente su propia toga manchada por el barro, como reclamando admiración por ser capaz de realizar cualquier trabajo encomendado por el Emperador, incluso los más sucios. Pero es que Pompilio acostumbra a presentar como virtud lo que es vicio empleando para ello una oratoria pomposa, y de ahí viene su nombre, y no del rey-sacerdote que sucedió a Rómulo, como creen algunos*.
Y ocurre que lo que ayer era para Pompilio una facción inmaculada, a la que no se podía recluir en un reducto ignominioso, ahora se ha convertido, en sus palabras, en un “tumor de etiología violenta”, lo que resulta de difícil comprensión pues si bien los asesinos sabinos pueden ser justamente calificados como una excrecencia maligna de la sociedad, la violencia en ellos no es etiología sino efecto. Y, en fin, todos estos manejos de Pompilio parecen justificar la desconfianza de los ciudadanos hacia la justicia de la que, como decía al comienzo de este comentario, se quejaba el propio fiscal particular.
* Aunque hay algunos que, de forma maliciosa, sostienen que el nombre de Pompilio proviene de haber ofrecido a Roma, con el trasero en pompa, a los asesinos sabinos.