Como ya hemos comentado en otras ocasiones, una de las características de la Roma actual es que, aunque todos los romanos tienen, por lo general, dos ojos, no todos ven la realidad de la misma forma. Y así por ejemplo, como también hemos comentado, los seguidores del Emperador sólo ven aquella parte que encaja en sus dogmas, siendo ciegos al resto. Y, además, perciben a sus adversarios como demonios de torva mirada, y los tratan en consecuencia.
Por su parte, los nacionalistas samnitas y sabinos sólo perciben la realidad cuando se ajusta a sus mitos, y cuando, como ocurre con frecuencia, no se ajusta en absoluto, sólo perciben aquéllos, mientras que a los que no son sabinos o samnitas como ellos, sencillamente, no los ven. Y esto les causa gran pesar porque, al no verlos, no pueden protegerlos como sin duda les gustaría, y así por ejemplo no pueden dejarles que accedan a los empleos y fondos públicos. Y tampoco pueden proporcionarles la educación en latín, la lengua que habitualmente emplean, porque, al no verlos, se creen que no hay una suficiente demanda. Y ocurre que los sabinos y samnitas también hablan latín, pero esto no sólo no lo ven, sino que parece que tampoco lo oyen. Y en la tierra gobernada por los sabinos la situación es aún peor, porque los gobernantes, al no ser capaz de ver a los que no son sabinos como ellos, son incapaces de impedir que los feroces asesinos que entre ellos se encuentran se dediquen a perseguirlos, atemorizarlos y matarlos. Y, pensándolo bien, estos feroces asesinos no parecen tener problemas para ver a los que persiguen y matan, de modo que quizás esta deficiencia de visión dependa de la actividad que se proponen acometer.
Sin embargo sabinos y samnitas, con el tiempo, han llegado a percibir muy vagamente, a través de los susurros que emiten, normalmente en latín, la triste existencia de aquéllos que, como espectros, vagan por fuera de su mundo. Y, de este modo, han desarrollado la immersio, un procedimiento mediante el cuál conjuran a estos seres del más allá y los atraen a su mundo, aunque despojados de su lengua y su memoria, y para dedicarlos, usualmente, a tareas menores. Es por eso que ahora los samnitas han redactado una ley para la educación de púberes e impúberes en la que, dejando por completo de lado al latín, afirman que la única lengua propia del Samnio es el samnita (artículos XI, XIV, XV y XVIII) pues es la única que ellos oyen, y en la que regulan el conjuro de la immersio (artículo XVI).
Y mientras tanto los colaboradores del Emperador niegan también que esta realidad exista, pues parece que ellos, a su vez, no sólo son ciegos a los propios samnitas, sino incluso a lo que éstos dejan por escrito. Y desde hace tiempo tanto el avieso Cucúmbero Albo como la pretoriana Carminator se dedican a perseguir ferozmente a todos aquellos que denuncian lo que sus ojos ven pero permanece invisible para estos colaboradores del Emperador. Aunque hay quien dice que el caso de Cucúmbero Albo es especial, y que en realidad no es más que un instrumento hueco de viento a través del cuál retumba la voz del Emperador, y tras cuya hórrida apariencia de roedor se oculta la permanente sonrisa de éste.
Por su parte, los nacionalistas samnitas y sabinos sólo perciben la realidad cuando se ajusta a sus mitos, y cuando, como ocurre con frecuencia, no se ajusta en absoluto, sólo perciben aquéllos, mientras que a los que no son sabinos o samnitas como ellos, sencillamente, no los ven. Y esto les causa gran pesar porque, al no verlos, no pueden protegerlos como sin duda les gustaría, y así por ejemplo no pueden dejarles que accedan a los empleos y fondos públicos. Y tampoco pueden proporcionarles la educación en latín, la lengua que habitualmente emplean, porque, al no verlos, se creen que no hay una suficiente demanda. Y ocurre que los sabinos y samnitas también hablan latín, pero esto no sólo no lo ven, sino que parece que tampoco lo oyen. Y en la tierra gobernada por los sabinos la situación es aún peor, porque los gobernantes, al no ser capaz de ver a los que no son sabinos como ellos, son incapaces de impedir que los feroces asesinos que entre ellos se encuentran se dediquen a perseguirlos, atemorizarlos y matarlos. Y, pensándolo bien, estos feroces asesinos no parecen tener problemas para ver a los que persiguen y matan, de modo que quizás esta deficiencia de visión dependa de la actividad que se proponen acometer.
Sin embargo sabinos y samnitas, con el tiempo, han llegado a percibir muy vagamente, a través de los susurros que emiten, normalmente en latín, la triste existencia de aquéllos que, como espectros, vagan por fuera de su mundo. Y, de este modo, han desarrollado la immersio, un procedimiento mediante el cuál conjuran a estos seres del más allá y los atraen a su mundo, aunque despojados de su lengua y su memoria, y para dedicarlos, usualmente, a tareas menores. Es por eso que ahora los samnitas han redactado una ley para la educación de púberes e impúberes en la que, dejando por completo de lado al latín, afirman que la única lengua propia del Samnio es el samnita (artículos XI, XIV, XV y XVIII) pues es la única que ellos oyen, y en la que regulan el conjuro de la immersio (artículo XVI).
Y mientras tanto los colaboradores del Emperador niegan también que esta realidad exista, pues parece que ellos, a su vez, no sólo son ciegos a los propios samnitas, sino incluso a lo que éstos dejan por escrito. Y desde hace tiempo tanto el avieso Cucúmbero Albo como la pretoriana Carminator se dedican a perseguir ferozmente a todos aquellos que denuncian lo que sus ojos ven pero permanece invisible para estos colaboradores del Emperador. Aunque hay quien dice que el caso de Cucúmbero Albo es especial, y que en realidad no es más que un instrumento hueco de viento a través del cuál retumba la voz del Emperador, y tras cuya hórrida apariencia de roedor se oculta la permanente sonrisa de éste.