El Ecónomo del Emperador acudió el otro día a la rostra y, con su tono monocorde, que a muchos hace sospechar que su ascendencia se remonta a los Oniros, pintó la situación económica de Roma en los tonos más tétricos que imaginarse cabe, opuestos por completo a los que él mismo había venido pintando hasta hace bien poco. Después, con total naturalidad, declaró su total incapacidad para hacer algo al respecto, como si en lugar de ser el Ecónomo de Roma fuera un siervo que pasara por allí. Y, finalmente, se dio la vuelta y desapareció por el foro, aunque se teme que no definitivamente. Y hay que decir que los romanos han acogido el anuncio de la ruina de Roma con sorprendente serenidad, y no se han lanzado a exigir responsabilidades al Emperador y el Ecónomo, como sin duda habrían hecho con el administrador de sus negocios si, de repente, les hubiera anunciado la ruina de éstos después de haber estado asegurando que eran los más prósperos del orbe. Y sobre esta laxitud de los ciudadanos de Roma existen dos teorías, principalmente.
Unos creen, como ya se ha dicho en alguna ocasión, que la clave está en que el Ecónomo es, a pesar de su aspecto benévolo, un poderoso hechicero capaz de adoptar distintas formas según lo requieran las circunstancias. Según esta interpretación el Ecónomo tiene, a semejanza de Jano, dos caras, tan duras como la piedra en que este dios suele ser representado. Una de estas caras la utiliza cuando el Emperador necesita acceder al poder o mantenerse en él, como por ejemplo cuando precisa comprar las voluntades de los asistentes a los comicios, o cuando necesita los apoyos necesarios de las distintas facciones para apoyar sus maltrechos presupuestos, o cuando debe satisfacer las exigencias de unas provincias cada vez más turbulentas. En estos casos, la cara del Ecónomo es la de una persona pródiga y liberal con el dinero del Tesoro, lo que no debe extrañar puesto que no es suyo, y en esos momentos suele ser conocido como Petrus Solvens. Pero el Ecónomo tiene otra cara, que utiliza cuando tiene que decir a los ciudadanos que las arcas de Roma han quedado vacías por los dispendios anteriormente efectuados, momento en que se convierte en Petrus Somnis, adoptando una actitud circunspecta que se encarga de relajar a sus oyentes y anular su voluntad.
Pero para otros, el mérito del letargo actual de los romanos reside, no en el Ecónomo, sino en el propio el Emperador, que ha conseguido convencer a sus súbditos de que no es necesario vivir en la Roma real, sino que se es perfectamente posible vivir en una Roma Onírica, que es una mera representación de aquélla con un argumento sencillo* que todos los espectadores-participantes pueden seguir sin dificultad. Esta Roma Onírica es impermeable a los hechos reales, y en ella cada uno tiene asignado un papel predeterminado e invariable, y así, mientras que a los adeptos del Emperador les tocan siempre los personajes heroicos, que figuran librar homéricas luchas contra el mal, los seguidores del Procónsul se ven obligados a representar, precisamente, al mal. Y de este modo no resulta extraño que los acólitos del Emperador acepten de buen grado vivir en la Roma Onírica, pues resulta mucho menos inhóspita que la real y a ellos les corresponden siempre los mejores papeles en el relato, pero sí resulta sorprendente que el propio Procónsul haya decidido también trasladarse a ella, e intentar desde allí cambiar el guión y seducir a los actores-espectadores, sin percatarse de que los papeles de cada uno en la Roma Onírica son inalterables.
martes, 20 de enero de 2009
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